Martes, 22 de octubre, 2024
Yanette Bautista no tenía más que 27 años cuando su hermana Nydia fue víctima de desaparición forzada en 1987. Tres años después, Yanette encontró los restos mortales de Nydia: había sido asesinada por autoridades del Estado y a su familia le habían ocultado su paradero. Era la primera noticia que tenía sobre las desapariciones forzadas, una cuestión que, incluso hoy, impera en Colombia, donde se calcula que 200.000 personas desaparecieron entre 1985 y 2016, según el Informe Final de la Comisión de la Verdad de Colombia, hecho público en 2022. Desde la desaparición forzada de su hermana, Yanette, que ahora tiene 66 años, ha dedicado su vida a ayudar a mujeres colombianas a buscar sin miedo a sus seres queridos. Ha creado su propia organización, y ha liderado un nuevo proyecto de ley que entró en vigor en 2024, en el que se pide una mayor protección para las mujeres que buscan a personas desaparecidas. Para conmemorar la entrada en vigor de la ley, Colombia ha introducido recientemente el Día Internacional de las Mujeres Buscadoras, que se celebrará el 23 de octubre. Aquí cuenta su increíble historia, que abarca tres decenios…
Encontré a mi hermana tres años después de que se la llevaran y la hicieran desaparecer. Sabía que era ella. Vestía la misma ropa que el día que desapareció. Había sido un día de celebración, el día que nuestros hijos recibieron su primera comunión. Cuando encontramos a Nydia, aún llevaba el mismo vestido y una chaqueta que le había prestado. Lo único que faltaba era su ropa interior. No había ninguna razón para que faltara la ropa interior. Tuve que suplicar a las autoridades que nos entregaran su cuerpo. Incluso amenacé con ponerme en huelga de hambre. Cuando finalmente accedieron a entregarme el cadáver de Nydia, me lo dieron en una bolsa de basura.
Cuando mi hermana fue víctima de desaparición forzada yo tenía 27 años. Por aquel entonces, no sabía que existían las desapariciones forzadas. Ella estudiaba económicas en la universidad. Sabíamos que pertenecía a un grupo guerrillero de oposición, el M-19, que firmó un acuerdo de paz y se convirtió en partido político legal un par de años después. Creíamos que lo peor que podía pasar es que un juez la enviara a la cárcel por sus actividades políticas. Para mí fue toda una conmoción descubrir que vivíamos en un país en el que existía esa enorme falta de derechos humanos. Si apoyabas a la oposición, pagabas por ello. Era una situación de desesperación y confusión.
Mi padre y yo empezamos a buscar juntos: fuimos a hospitales, a brigadas militares, a la policía de inteligencia, la policía secreta y las cárceles para averiguar qué podía haber sucedido. Desde el principio fue peligroso, pues empecé a recibir numerosas amenazas simplemente por preguntar por ella. Finalmente me vi obligada a convertirme en desplazada. Dejé mi casa, envié a mis hijos a vivir a otro sitio y me trasladé a otro lugar. Pronto empecé a recibir llamadas anónimas. En una ocasión, alguien me dijo: “No la busques, está bien”. No fue una llamada reconfortante, y supe que tenía que seguir buscando.
Pedí ayuda a la ONG colombiana Comité de Solidaridad con los Presos Políticos (CSPP), que nos proporcionó asistencia letrada, mientras que la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (ASFADDES) nos brindó asesoramiento. Mientras buscaba a mi hermana, empecé a trabajar con otras familias, y finalmente nos pusimos en contacto con el comisionado de Derechos Humanos de Colombia, que se mostró decidido a ayudar. De alguna manera, encontró un testigo que afirmaba saber dónde estaba Nydia. Para entonces yo había perdido la esperanza de encontrarla viva. Ya me había hecho consciente de que quienes buscaban a sus seres queridos buscaban a personas que habían sido asesinadas.
Se abrió una causa, de la que se encargó el conocido abogado Eduardo Umaña. Me dijeron que el testigo pertenecía al ejército colombiano. Quería confesar y dijo que Nydia había sido asesinada y estaba enterrada en una localidad rural cerca de Bogotá. Junto con el comisionado, expertos forenses y nuestro abogado, exhumamos el cadáver. Inmediatamente supe que era ella, aunque la habían enterrado como no identificada.
Cambio radical de vida
Tras la desaparición de Nydia, mi vida cambió. Yo era secretaria ejecutiva de un importante directivo empresarial, pero aquello me pareció artificial cuando empecé a buscar. Me resultaba imposible continuar en esa burbuja mientras había personas que eran víctimas de desaparición forzada. Por eso me quité los tacones y me puse los zapatos de faena para empezar a buscar.
Tras la desaparición de mi hermana, mi vida cambió. Por eso me quité los tacones y me puse los zapatos de faena para empezar a buscar.
Yanette Baustista
Aunque encontramos el cadáver de Nydia, nunca obtuvimos la justicia que merecemos. El comisionado de Derechos Humanos sancionó en 1995 a un general y cuatro oficiales del ejército; era la primera vez que eso sucedía en nuestro país. Sin embargo, dos meses después tuvo que huir porque empezó a recibir amenazas. Durante ese tiempo pedí que se cambiara la ley, hablé acerca del ejército… y estaba embarazada de ocho meses. Estaba bajo vigilancia constante. Finalmente los cuatro hombres sancionados quedaron libres, pese a que estaba claro que era el ejército el que cometía esos crímenes.
Para entonces, yo corría demasiado peligro si me quedaba en Colombia. Tras un viaje a Alemania, no podía volver a casa. En 1997 me vi obligada a exiliarme durante siete años. Durante ese tiempo trabajé para Amnistía Internacional, escribiendo e investigando sobre la violencia contra las mujeres. También me convertí en presidenta de la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos-Desaparecidos (FEDEFAM), que trabaja con víctimas de desaparición forzada en distintos países.
Regreso a casa
Cuando finalmente regresé a Colombia en 2007, creé mi propia organización. Había conocido a personas de Filipinas, Albania, Kosovo o Turquía. Habíamos adquirido un enorme conocimiento colectivo. Quería empoderar a las familias para que buscaran a sus seres queridos, así que iniciamos nuestra organización en mi sala de estar, con un pequeño grupo de familias.
Nuestro colectivo, Fundación Nydia Erika Bautista, está concebido para que las mujeres se ayuden unas a otras. No hay jerarquía. Es un intercambio de conocimiento. Proporcionamos apoyo jurídico, documentamos historias y hacemos trabajo de incidencia. Tenemos una escuela de liderazgo para empoderar a las mujeres que buscan en distintas partes del país. Trabajamos en ocho regiones de Colombia y apoyamos a 519 casos.
Nuestro colectivo se compone principalmente de mujeres; nuestra investigación ha revelado que el 95% de quienes buscan a sus seres queridos son mujeres: madres, hermanas y esposas. En una sociedad patriarcal, es una tarea encomendada a quienes prestan cuidados. Pero, para mí, somos más que cuidadoras. Cuando las mujeres empezamos a buscar, nos convertimos en defensoras de los derechos humanos: buscamos con valentía, desafiamos a las reglas de silencio y opresión impuestas por quienes hicieron desaparecer a nuestros seres queridos, y terminamos defendiendo los derechos de todas las personas.
Las mujeres que buscan son increíblemente valerosas, aunque no existe apoyo de las autoridades ni voluntad política de investigar estos crímenes. De hecho, la desaparición forzada no se considera un crimen; es algo normalizado y, a veces, incluso justificado por las autoridades colombianas.
Seguir avanzando
Como colectivo, queremos convertir nuestro dolor en derechos. Por eso redactamos una ley, en un intento de empoderar a las mujeres que buscan a víctimas de desaparición forzada y de promover los derechos de esas mujeres. La ley entró en vigor en 2024.
Sin embargo, nuestra próxima tarea es garantizar que se aplica y se hace realidad. Contamos con el apoyo de tantos aliados, incluida Amnistía Internacional, que sentimos un impulso diario.
Aunque tengo esperanzas en seguir avanzando, abogar por esta ley da miedo. Mientras sigo pidiendo que las cosas cambien, las desapariciones forzadas continúan, las mujeres que buscan sufren violencia y nuestros fondos disminuyen (lo que dificulta nuestro trabajo aún más).
Sin embargo, en mis momentos más sombríos, recuerdo a Nydia. Ella soñaba con un ejército de mujeres armadas con su voz, no con pistolas ni fusiles. Estoy decidida a perseguir su sueño, para que las mujeres puedan buscar sin miedo a sufrir violencia o a no poder poner comida sobre la mesa de su familia; para que las mujeres puedan buscar con dignidad y libertad.
Este artículo forma parte de la nueva campaña de Amnistía Internacional #BuscarSinMiedo, que apoya a mujeres de las Américas que buscan a sus seres queridos.