Jueves, 09 de enero, 2020
Nicholas Bequelin, director regional de Amnistía Internacional
El texto que publicó Mesut Ozil en las redes sociales sobre la situación política en Sinkiang ha desencadenado una respuesta airada de las autoridades chinas. Pekín rechazó la acusación del futbolista del Arsenal de que China persigue a la minoría uigur, predominantemente musulmana, calificándola de “noticia falsa”. Mientras tanto, la televisión estatal decidió no retransmitir un partido del Arsenal que ya estaba programado y, según informes, hinchas de fútbol quemaron camisetas de este equipo como protesta por los comentarios del jugador.
Amnistía Internacional viene documentando exhaustivamente la situación en Sinkiang desde hace varios años. La organización ha entrevistado a más de 400 personas fuera de China cuyos familiares en Sinkiang todavía se encuentran en paradero desconocido, así como a personas que denunciaron haber sido torturadas cuando se encontraban recluidas en campos de detención en la región. También hemos reunido fotos satelitales de los campos y hemos analizados documentos oficiales chinos en los que se detalla el programa de internamiento masivo. Esto es lo que está ocurriendo realmente:
1 Campos de internamiento masivo
Se cree que hay un millón de personas predominantemente musulmanas, pertenecientes a etnias como la uigur y la kazaja, en campos de internamiento en Sinkiang, en el noroeste de China. El gobierno ha negado reiteradamente la existencia de los campos, a los que califica de centros de “transformación mediante la educación” voluntaria. Pero quienes son enviados allí no tienen derecho a impugnar la decisión.
2 Condiciones duras
Kairat Samarkan fue una de las personas enviadas a un campo de reclusión en octubre de 2017, tras regresar a Sinkiang desde Kazajistán. Kairat dijo a Amnistía Internacional que, cuando lo detuvieron, lo encapucharon, le pusieron grilletes en los brazos y las piernas y lo obligaron a permanecer de pie en una posición fija durante 12 horas. También contó que las personas detenidas eran obligadas a cantar canciones políticas y a corear “Larga vida a Xi Jinping” (el presidente chino) antes de las comidas so pena de sufrir duros castigos.
3 Al límite
Las autoridades deciden cuándo una persona detenida se ha “transformado”. Quienes se resisten o no demuestran que han cambiado lo suficiente se enfrentan a castigos que van desde los insultos a la privación de alimentos, la reclusión en régimen de aislamiento y las palizas. Se han recibido informes de muertes en los centros, incluidos casos de suicidios de personas que no han podido aguantar los malos tratos.
4 Bloqueo informativo
Las autoridades chinas han invitado a Mesut Ozil a ir a Sinkiang y “ver” personalmente la situación. Es una trampa: el gobierno ha organizado decenas de giras de propaganda estilo “pueblo de Potiomkin” para personas extranjeras inocentes al mismo tiempo que impide que las personas expertas de la ONU visiten la región, acosa a periodistas extranjeros y ordena a las autoridades locales que mantengan en secreto el programa de detenciones masivas.
5 El argumento “antiterrorista” de China
El gobierno chino ha justificado sus medidas extremas alegando que son necesarias para prevenir el “extremismo” religioso y lo que califica de “actividades terroristas”. Su postura sobre las minorías étnicas de Sinkiang se ha endurecido después de una serie de incidentes violentos en Urumqi, la capital, en 2009, y de los ataques con armas blancas perpetrados en la estación de ferrocarril de Kunming, en el suroeste de China, en 2014. Pero esto difícilmente justifica la detención arbitraria de cientos de miles de personas. De hecho, personas expertas de la ONU concluían el mes pasado que era probable que las políticas de China en Sinkiang “empeorasen cualquier riesgo para la seguridad”.
6 Detenidos por dejarse barba
La persecución de la población musulmana en Sinkiang se ha intensificado desde que, según un reglamento aprobado en 2017, cabe calificar de “extremista” a una persona por motivos como negarse a ver programas de la televisión pública o tener una barba “anormal”. Según el reglamento, también puede considerarse “extremista” llevar velo o hiyab, rezar de forma habitual, ayunar o evitar el consumo de alcohol.
7 Estado de vigilancia
En Sinkiang, toda la población corre el riesgo de ser detenida. La región está llena de cámaras de vigilancia con programas de reconocimiento facial, apoyadas por el uso de la inteligencia artificial y la recopilación masiva de ADN. Los controles de seguridad omnipresentes son parte de la vida cotidiana, y las autoridades registran los teléfonos móviles en busca de contenido sospechoso.
Las personas pueden también estar bajo sospecha merced al monitoreo rutinario de los mensajes enviados a aplicaciones de redes sociales como WeChat. Syrlas Kalimkhan dijo que instaló WhatsApp en el teléfono de su padre y lo probó escribiendo: “Hola, papá”. Más tarde, la policía preguntó a su padre por qué tenía WhatsApp en su teléfono y posteriormente lo envió a un “campo de reeducación”.
8 El miedo a hablar de las familias
La mayoría de las familias de las personas detenidas desconocen la suerte de éstas, y quienes hablan corren el riesgo de ser detenidas a su vez. Para evitar despertar sospechas, las personas de etnias uigur y kazaja, y otras en Sinkiang han cortado todo vínculo con sus amistades y familiares que viven fuera de China. Han advertido a las personas a las que conocen de que no llamen y han eliminado sus contactos de fuera del país de las aplicaciones de redes sociales.
9 Un sombrío eco del pasado
Los campos son lugares de lavado de cerebro, tortura y castigo que recuerdan las horas más sombrías de la era Mao, cuando cualquier persona de quien se sospechaba que no era lo suficientemente leal al Estado o al Partido Comunista Chino podía acabar en los tristemente famosos campos de trabajo del país. Los miembros de las minorías étnicas musulmanas de Sinkiang viven temiendo permanentemente por ellos mismos y por sus familiares detenidos.
10 Una postura importante
Aunque se ha criticado al Arsenal por no apoyar públicamente a Ozil, las empresas no tienen técnicamente la responsabilidad de denunciar violaciones de derechos humanos; sólo deben garantizar que no causan estos abusos, contribuyen a su comisión ni se benefician de ellos.
Pero hay que oponerse a los intentos de China de imponer su poderosa censura fuera del país. Ozil ha adoptado una postura importante al hablar públicamente en apoyo de quienes sufren la brutal persecución en Sinkiang y su intervención ha servido para dar a conocer en el ámbito global una de las crisis de derechos humanos más graves de nuestra era. El Arsenal tiene derecho a guardar silencio, pero se debe preservar el derecho a la libertad de expresión de Ozil.
Se ha publicado una versión de este artículo en The Independent.