Miércoles, 26 de junio, 2019

Hay decenas de miles de ancianos y ancianas entre el más de un millón de personas desplazadas a campos a causa del conflicto y los abusos de las fuerzas armadas. La comunidad humanitaria ha reaccionado admirablemente a una crisis tras otra, salvando muchas vidas. Pero no se tiene en cuenta a la población anciana, cuyas necesidades específicas suelen pasarse por alto. La respuesta humanitaria debe volverse más inclusiva


Decenas de miles de personas ancianas de minorías étnicas de todo Myanmar que sufrieron atrocidades a manos de las fuerzas armadas y fueron obligadas a huir de sus hogares se sienten defraudadas por un sistema humanitario que habitualmente no presta la debida atención a sus derechos y necesidades; así lo afirma Amnistía Internacional en un informe que ha publicado hoy. 

“Fleeing my whole life”: Older people’s experience of conflict and displacement in Myanmar es la primera investigación exhaustiva de la organización sobre las formas concretas de no respetar los derechos y la dignidad de las personas de edad avanzada en situaciones de crisis y conflicto armado, así como en la provisión de ayuda humanitaria. 

“Durante décadas, las minorías étnicas de Myanmar han sufrido abusos recurrentes a manos de las fuerzas armadas. A muchas personas ancianas atormentadas por las atrocidades cometidas durante las recientes operaciones militares ya les tocó vivir crímenes parecidos en su infancia o en su juventud. Su experiencia pone al descubierto el carácter arraigado de la brutalidad militar, y la necesidad de justicia”, ha afirmado Matthew Wells, asesor general de Amnistía Internacional sobre respuesta a las crisis.

“Hay decenas de miles de ancianos y ancianas entre el más de un millón de personas desplazadas a campos a causa del conflicto y los abusos de las fuerzas armadas. La comunidad humanitaria ha reaccionado admirablemente a una crisis tras otra, salvando muchas vidas. Pero no se tiene en cuenta a la población anciana, cuyas necesidades específicas suelen pasarse por alto. La respuesta humanitaria debe volverse más inclusiva.”

El informe se basa en 146 entrevistas a hombres y mujeres de edad avanzada de las minorías étnicas kachin, lisu, rajine, rohingya, shan y ta’ang, realizadas durante tres visitas de investigación a los estados myanmaros de Rajine, Kachin y Shan del Norte, así como a campos de personas refugiadas en el sur de Bangladesh, entre diciembre de 2018 y abril de 2019. Las personas entrevistadas tenían edades comprendidas entre 54 y más de 90 años.

Crímenes de las fuerzas armadas contra personas ancianas

La población de edad avanzada corría especial peligro de sufrir atrocidades a manos de las fuerzas armadas de Myanmar durante sus operaciones militares en los estados de Rajine, Kachin y Shan del Norte. Algunas personas ancianas se quedan atrás cuando los pueblos se vacían ante la noticia de un avance militar, normalmente por su fuerte vinculación al hogar y la tierra o porque sufren impedimentos físicos para huir. Cuando los soldados las encuentran, es habitual que las detengan arbitrariamente, las torturen y, en ocasiones, las maten. 

Un agricultor de 67 años de etnia rajine que se quedó en el pueblo cuando la mayoría de sus vecinos huyeron en marzo de 2019, en parte debido a una discapacidad auditiva grave que le impidió oír la proximidad de los combates entre las fuerzas armadas y el Ejército de Arakán (AA), cuenta lo que hicieron los soldados de Myanmar tras obligarlo a salir de su casa: “Cuando llegué a donde estaba el capitán, los soldados me ataron las manos [...] a la espalda, con cuerda de la que se usa para el ganado. Me preguntaron: ‘¿Han venido al pueblo los del AA?’ Yo dije que no, que nunca los había visto... Y entonces los soldados me golpearon.”

Durante el ataque contra la población rohingya perpetrado por las fuerzas armadas en 2017, muchas personas ancianas fueron quemadas vivas en sus hogares. Mariam Khatun, mujer de etnia rohingya de unos 50 años, huyó al bosque cercano con sus tres hijos cuando soldados de Myanmar irrumpieron en su pueblo del municipio de Maungdaw. “Mi padre y mi madre se quedaron en la casa —contó—. Yo tenía dos niños pequeños, ¿cómo iba a llevármelos a ellos también? [...] No podían moverse sin ayuda.”

Cuando llegó con sus hijos hasta un río cercano al pueblo, Mariam Khatun miró hacia atrás y vio el pueblo en llamas, sabiendo que sus progenitores aún estaban en la casa.

Al examinar las listas de víctimas mortales de los distintos pueblos habitados por rohingyas, Amnistía Internacional ha comprobado que el porcentaje de personas ancianas suele ser desproporcionado. De manera análoga, un estudio cuantitativo realizado por Médicos Sin Fronterasconcluía que, en el mes posterior al inicio de las brutales operaciones de las fuerzas armadas el 25 de agosto de 2017, los mayores índices de mortalidad, con diferencia, se registraron entre hombres y mujeres rohingyas de 50 años o más.

Para los ancianos y ancianas que huyeron de los estados de Rajine y Kachin, el viaje a través de los montañosos territorios fronterizos de Myanmar fue a menudo difícil, agravado por el bloqueo de las principales rutas y la restricción del acceso a la ayuda humanitaria por los militares. Amnistía Internacional documentó varios casos de personas de edad avanzada que habían muerto en plena huida hacia un lugar seguro por no recibir asistencia médica.

La ayuda humanitaria es insuficiente

Organismos de la ONU y organizaciones humanitarias han respondido a las inmensas carencias en Bangladesh, donde más de 900.000 rohingyas viven en campos, y en Myanmar, donde hay más de 250.000 personas desplazadas. Las dificultades aumentan con la insuficiencia de los fondos de donantes y las restricciones impuestas por los gobiernos de ambos países, especialmente graves en el caso de Myanmar. Pero, aun teniendo en cuenta los impedimentos, el sistema humanitario ha desatendido con demasiada frecuencia a las personas de edad avanzada.

En los campos para personas refugiadas en Bangladesh, muchos ancianos y ancianas rohingyas no tienen acceso regular a servicios básicos como el agua, la alimentación, el saneamiento y la asistencia médica. La congestión de los campos y el terreno accidentado crean un entorno hostil, especialmente para las personas ancianas con movilidad limitada.

Muchos ancianos y ancianas rohingyas afirman que no pueden acceder a las letrinas y tienen que usar una cubeta en el interior de sus refugios, lo que supone una gran pérdida de dignidad. Un hombre de unos 90 años de etnia rohingya llamado Mawlawi Harun contaba, sentado en su refugio del Campo #15 en Bangladesh: “Aquí hago mis necesidades; aquí como y duermo. Ya soy como una vaca o una cabra. ¿Qué más puedo decir? Las vacas orinan y defecan en el mismo lugar donde comen... y yo ahora duermo en una letrina”.

Las personas de edad avanzada, hombres y mujeres, también tienen dificultades para acceder a los centros de salud, debido a la distancia y el terreno. Incluso cuando lo consiguen, descubren que algunos centros no pueden tratar siquiera las enfermedades crónicas comunes —como hipertensión o enfermedades respiratorias crónicas— que afectan principalmente a las personas ancianas. Muchas se ven obligadas a acudir a puestos de venta para comprar medicamentos que deberían estar incluidos en la respuesta sanitaria.

Una mujer de unos 80 años llamada Gul Bahar dijo que gastaba 5.000 takas (59 dólares estadounidenses) al mes en medicamentos, incluidas pastillas para la hipertensión, porque el dispensario que tenía cerca normalmente sólo proporcionaba paracetamol. Para poder pagarlos, explicó, “vendemos parte de nuestra ración de alimentos y de aceite para cocinar; también vendimos nuestras mantas”.

En el norte de Myanmar, donde muchas personas de etnia kachin viven desplazadas desde 2011, algunos programas humanitarios, sobre todo de apoyo a la subsistencia, dejan de lado a la gente de edad avanzada. También se discrimina a las personas de mayor edad en el acceso al trabajo, lo cual tiene efectos negativos en cascada, agravados por la reducción de la ayuda humanitaria en los últimos años debida a la “fatiga de los donantes” y a la expectativa de que los residentes de los campos encuentren trabajo en las zonas circundantes.

“He hablado con los empleadores para decirles que necesito trabajar —contó Zatan Hkawng Nyoi, mujer de etnia kachin de 67 años que siempre se había dedicado a la agricultura hasta que tuvo que desplazarse a un campo—. Dicen que soy muy vieja, que no sería capaz de ir andando tan lejos [hasta los arrozales].”

Además, las personas ancianas, sobre todo en el caso de las mujeres, están insuficientemente representadas en los órganos de autoridad de los campos, por lo que no tienen voz en los procesos decisorios.

“Debe mejorarse la inclusión de las personas ancianas en todos los aspectos de la respuesta humanitaria para que, de incorporar sus voces a las evaluaciones iniciales, pasen a tener participación en los programas de asistencia. Una respuesta más eficaz a los derechos de las personas de edad avanzada pasa por tener en cuenta sus capacidades y puntos de vista únicos”, ha dicho Matthew Wells.

Un trauma recurrente

Para muchas personas ancianas de minorías étnicas de todo Myanmar, su actual desplazamiento es el último episodio de una vida dominada por el conflicto y la opresión militar. Amnistía Internacional entrevistó a varias decenas de personas ancianas de los grupos étnicos kachin, rohingya y shan, entre otros, que habían huido de sus hogares en tres ocasiones o más, la mayoría en su infancia, en su juventud y de nuevo a una edad más avanzada. El trastorno reiterado ha causado penuria económica además de daño psicosocial.


“He huido tantas veces desde que tenía nueve años [...] He tenido que estar siempre alerta. Da igual lo que haga, en la granja, en el huerto, nunca he podido estar tranquila”, dijo Nding Htu Bu, mujer kachin de 65 años que vive en un campo para personas internamente desplazadas.

Algunas personas ancianas, además, han presenciado cómo soldados de Myanmar violaban o asesinaban a uno o varios de sus hijos o hijas.

Sin embargo, pese al daño agudo y crónico que padecen, apenas existen servicios de ayuda psicosocial expresamente dirigidos a las personas ancianas, y algunos incluso las excluyen. 

Amnistía Internacional solicitó a las oficinas en Bangladesh de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional para las Migraciones que respondieran a varias preguntas sobre las principales conclusiones de la organización. Ambos organismos adujeron dificultades, en particular al comienzo del periodo de crisis, así como el gran avance en la provisión general de ayuda humanitaria y las iniciativas en marcha o previstas para extender aún más la ayuda a las personas de edad avanzada.

“Ha habido considerables mejoras en los campos pero, para muchas personas ancianas, se han adoptado con demasiada lentitud y siguen siendo insuficientes. Los derechos de las personas ancianas deben estar incluidos en la respuesta y provisión de recursos humanitarios desde los primeros días de la crisis, y no ser incorporados a posteriori. Cualquier otra cosa incumpliría los principios humanitarios fundamentales de responder en función de las necesidades y no dejar atrás a nadie”, ha dicho Matthew Wells.

“Por su parte, los gobiernos donantes deben ofrecer más apoyo para responder a la situación tanto en Myanmar como en Bangladesh, y asegurarse de que las partes asociadas encargadas de la ejecución valoran y atienden las necesidades específicas de las personas ancianas.”