Jueves, 14 de marzo, 2019
Si los Estados de la UE quieren dejar de ser cómplices en las palizas, las violaciones y la explotación de mujeres, hombres, niños y niñas, deben exigir el cierre de todos los centros de detención de migrantes de Libia y la liberación de las alrededor de 5.000 personas recluidas en la actualidad en ellos
El joven somalí Farah, su esposa y su hija recién nacida llevaban 12 horas en el mar cuando la guardia costera libia interceptó su bote. La pareja había huido de Libia tras soportar varios meses de tortura en un hangar, donde bandas libias golpearon a Farah y raparon la cabeza a su esposa para intentar pedir un rescate a sus familiares.
Cuando el joven, de 24 años, se percató de que lo enviaban de regreso a Libia, se le revolvió el estómago. “Sabía que era mejor morir que volver, pero nos amenazaron con sus armas.”
Farah, su esposa y la bebé pasaron los siete meses siguientes en dos centros de detención de Trípoli. “No había comida ni ayuda para mi bebé. Murió a los ocho meses de vida. Se llamaba Sagal.”
Este es sólo uno de los diversos casos sobrecogedores de violencia y crueldad inconcebible que me contaron el mes pasado en Medenine, pequeña localidad del sur de Túnez que viene recibiendo un pequeño, pero constante, flujo de personas refugiadas y migrantes que cruzan la frontera para escapar del infierno de la vida en Libia
Este fin de semana se han conocido nuevos casos de personas torturadas en el centro de detención de Triq al Sikka de Trípoli. Según informes, más de 20 personas refugiadas y migrantes, incluidos niños y niñas, fueron llevadas a una celda subterránea y torturadas luego por turnos, una a una, durante días, como castigo por haber protestado contra su detención arbitraria y en precarias condiciones y contra la falta de soluciones. En respuesta a la protesta, más de un centenar de personas fueron trasladadas a otros centros de detención, incluido el de Ain Zara, el mismo donde murió Sagal.
Estos casos de abusos coinciden con lo que me contaron en Túnez. Otro somalí, Abdi, habló de extorsión y palizas a manos de los guardias del centro de detención. Como Farah, también fue capturado en el mar por la guardia costera libia y devuelto a Libia, donde lo llevaron de un centro de detención a otro.
“A veces, los guardias beben y fuman, y luego golpean a la gente. Los guardias piden también dinero a la gente por dejarla en libertad, y si no pagas, te golpean. Veías entrar a los guardias, de la milicia y la policía, y golpear a la gente que no pagaba".
El catastrófico impacto de las políticas migratorias de Europa
La mayoría de las personas que se encuentran recluidas en la actualidad en centros de detención de Libia fueron interceptadas en el mar por la guardia costera libia, que ha recibido todo tipo de apoyo de gobiernos europeos a cambio de impedir la llegada personas refugiadas y migrantes a las costas de Europa.
Con medidas como donar barcos, establecer una zona libia de búsqueda y salvamento y construir centros de coordinación, entre otras, el dinero de los contribuyentes europeos se ha utilizado para aumentar la capacidad de Libia para bloquear a quienes intentan huir del país y someterlos a detención ilegal. Y se ha hecho así sin imponer ninguna condición, ni siquiera cuando tal cooperación es causa de graves violaciones de derechos humanos, como tortura.
Si los Estados de la UE quieren dejar de ser cómplices en las palizas, las violaciones y la explotación de mujeres, hombres, niños y niñas, deben exigir el cierre de todos los centros de detención de migrantes de Libia y la liberación de las alrededor de 5.000 personas recluidas en la actualidad en ellos.
Los gobiernos europeos que llevan años de delirante actividad impulsando políticas concebidas para detener las llegadas a Europa sin importar el coste humano deben recobrar el sentido común, al menos ahora que el número de personas que cruzan el mar es muy bajo. Además de medidas para abordar la crisis de derechos humanos en el país, que afecta a ciudadanos y ciudadanas libios y extranjeros por igual, la respuesta tiene que incluir la creación de un mecanismo rápido y predecible para el desembarco en Europa de las personas solicitantes de asilo y migrantes rescatadas en el Mediterráneo, así como un sistema justo de reparto de la responsabilidad de prestarles asistencia entre los países de la UE.
Tales medidas servirán de algún modo para prevenir las desastrosas escenas que han venido repitiéndose durante el último año de barcos de salvamento obligados a permanecer semanas en el mar porque ningún país de la UE está dispuesto a abrirles sus puertos. Este tipo de incidentes no sólo agravan el sufrimiento de personas que acaban de huir de una terrible situación de maltrato, sino que también disuaden a los barcos mercantes de rescatar a personas en peligro y garantizar su desembarco en un lugar seguro, inexistente en Libia.
Emmanuel, refugiado de 28 años que había huido de Camerún a causa del conflicto, contó que, estando a la deriva en el mar en un bote, a la vista de otro que apenas podía mantenerse a flote, vio, incrédulo, que un barco optaba por no rescatar a ninguno de los dos botes. Explicó:
“Desde el barco grande nos llamaban, pero decían: ‘Lo siento, no podemos llevaros. No es culpa mía. Las órdenes son que vengan los libios a por vosotros’. Mientras tanto vi gente morir en el otro bote; había restos del bote flotando, y también cadáveres. [Para entonces] había venido a por nosotros un pequeño barco libio [...] toda la gente del otro bote había muerto.”
Habiendo informes según los cuales personas refugiadas de países como Eritrea están regresando a ellos a pesar del riesgo evidente que corre su vida allí, Europa no puede permitirse hacer caso omiso de las catastróficas consecuencias de las irresponsables políticas que aplica para contener la migración a través del Mediterráneo.
Como las salidas desde Libia han disminuido, es hora de presionar para que se hagan cambios: para acabar con los centros detención de migrantes en Libia, para crear un mecanismo justo de desembarco y reubicación en Europa y para que se establezcan vías legales y seguras a fin de que las personas en busca de seguridad no tengan que recurrir a cruzar el mar.
De este modo se libraría de su sufrimiento a muchos más niños y niñas y mujeres y hombres, que podrían salir de los terribles centros donde se hallan recluidos arbitrariamente en la actualidad en Libia. Los gobiernos europeos, que han cerrado la ruta del Mediterráneo central dejando atrapadas en Libia a miles de personas, no tienen tiempo que perder.
Hay decenas más de niños y niñas como Sagal y de padres y madres como los suyos a quienes podríamos ayudar a salvar.
Este artículo fue publicado por primera vez en Time.