Lunes, 16 de julio, 2018

Aunque Liu Xia ya está libre, quedan algunas incertidumbres. Su hermano pequeño, Liu Hui, que fue condenado a 11 años de cárcel en 2013 por fraude y quedó en libertad con fianza ese mismo año, sigue en China, algo que Pekín se ha negado a negociar


El 10 de julio, las autoridades chinas terminaron por fin con el arresto domiciliario al que estaba sometida de hecho Liu Xia, pintora, poeta y viuda del difunto Liu Xiaobo, premio Nobel de la Paz, y le permitieron salir de China con destino a Berlín.

Vale la pena analizar en qué se diferencia el caso de Liu de los de las muchas personas disidentes y activistas que siguen recluidas en las cárceles chinas o sin poder abandonar el país. En el caso de Liu, el doble enfoque diplomático privado y público, dio resultados, y tal vez también los dé también en otros, por muy difícil que parezca la situación.

Lo primero que hay que recordar es que Liu, a diferencia de su esposo, juzgado por “incitar a la subversión del poder del Estado” en 2009, nunca fue acusada de ningún delito por el gobierno chino. En esto su caso difiere del caso del escritor disidente Qin Yongmin, condenado a 13 años de cárcel por “subvertir el poder del Estado” al día siguiente de que Liu volara a Alemania, o del caso del intelectual uigur Ilham Tohti, condenado a cadena perpetua por “separatismo” en 2014. Con todo lo cuestionables que puedan ser los cargos presentados contra ellos y contra otras personas, sus juicios al menos tuvieron una ligera apariencia de proceso judicial.

Por el contrario, contra Liu nunca se presentaron cargos, ni la artista tuvo oportunidad de impugnar legalmente el trato que recibía. El único motivo por el que estuvo sometida a arresto domiciliario ilegal durante ocho años fue su inquebrantable apoyo a su esposo, Liu Xiaobo.

Esto significa que las autoridades no podían acusar a quienes pedían que fuera puesta en libertad de interferir en el proceso judicial de China, ni afirmar que era una delincuente que había puesto en peligro la seguridad nacional, como hace con tantos otros activistas pacíficos.

En los ocho años que duró la detención ilegal de Liu Xia, las autoridades chinas repitieron una y otra vez la absurda afirmación de que podía hacer lo que quería y disfrutaba de los mismos derechos y libertades que cualquier otro ciudadano o ciudadana chino “con arreglo a la ley”. Afirmaciones como éstas sólo sirvieron para que el caso de Liu despertara aún más simpatías entre quienes, tanto dentro como fuera de China, veían la injusticia de la que estaba siendo víctima.

El momento en que se ha producido la liberación de Liu resulta significativo, pocos días antes del primer aniversario de la muerte de Liu Xiaobo, cuando crecía el clamor para que fuera puesta en libertad, y coincidiendo con una serie de importantes conversaciones diplomáticas: el primer ministro chino Li Keqiang estaba en Alemania, a comienzos de semana tuvo lugar  el diálogo en materia de Derechos humanos entre China y la Unión Europea y el lunes comienza la Cumbre Estados Unidos-China.

Entre bambalinas, la diplomáticos extranjeros y otros altos cargos habían presionado para que su caso estuviera en la agenda de estas conversaciones. No cabe duda de que esto contribuyó a incrementar la presión para conseguir su liberación.

Podría considerarse que se trata de un éxito de la “diplomacia silenciosa”. Pero aunque fuera así, las condiciones para que este éxito se haya producido fueron creadas por una presión pública fuerte y sostenida, incluidas las campañas de Amnistía Internacional y otras organizaciones no gubernamentales. Sin tal presión, mantenida durante años, es difícil imaginar que la petición de que Liu Xia saliera de China hubiera continuado en la agenda diplomática durante tanto tiempo. Este doble enfoque, que implica años de presión diplomática y pública, fue crucial para conseguir la libertad de Liu.

Tampoco hay que subestimar el papel de Alemania en las negociaciones. China tiene tanta habilidad en el regateo diplomático como cualquier otro Estado. El empuje de la diplomacia fue más potente por estar encabezado por Alemania, un socio comercial estratégico que también ha planteado de forma constante cuestiones de derechos humanos frente a China.

China destaca en este tipo de porfía en las negociaciones diplomáticas y no hizo concesiones inmediatas. En un artículo publicado en mayo, Liao Yiwu, famoso escritor chino disidente exiliado en Alemania y buen amigo de Liu, sugería que China tal vez había estado retrasando su decisión para conseguir el máximo beneficio, dejando mientras que Liu se hiciera ilusiones cruelmente.

Primero le dijeron que la dejarían irse después del XIX Congreso del Partido Comunista, en octubre del año pasado. Pero no cumplieron la promesa. Luego, que podría irse después del periodo de sesiones anuales de la Asamblea Nacional Popular y la Conferencia Consultiva Política Popular de China, en marzo. Y de nuevo faltaron a su promesa.

Estas reiteradas promesas vanas sumieron a Liu en la desesperación, como reveló una angustiosa conversación telefónica con Liao en abril, cuya grabación salió a la luz en mayo. Su angustia no sólo conmovió y entristeció a los diplomáticos y periodistas que seguían su caso; también conmocionó a la gente de a pie que se preguntó por qué el gobierno chino actuaba con tanta crueldad.

En una extraordinaria muestra de solidaridad, escritores como Paul Auster (autor de La trilogía de Nueva York ), Alice Sebold (autora de Desde mi cielo), y J. M. Coetzee (premio Nobel de Literatura) se unieron a un llamamiento público en pro de la liberación de la artista, manteniendo la atención de la opinión pública centrada en Liu hasta la víspera de su puesta en libertad.

Aunque Liu Xia ya está libre, quedan algunas incertidumbres. Su hermano pequeño, Liu Hui, que fue condenado a 11 años de cárcel en 2013 por fraude y quedó en libertad con fianza ese mismo año, sigue en China, algo que Pekín se ha negado a negociar. Hay quien teme que China utilice a Liu Hui para evitar que Liu Xia alce la voz en el futuro.

Aunque la puesta en libertad de Liu haya obedecido a sus circunstancias, muy concretas, es algo que hay que valorar, precisamente porque rara vez se produce hoy en día. Y debe servirnos de acicate, ya que demuestra que China no es inmune a la presión diplomática y de la opinión pública. Es un rayo de esperanza que debe guiarnos en nuestro esfuerzo por conseguir la libertad de otras personas activistas injustamente encarceladas en China.

Por Patrick Poon, investigador de Amnistía Internacional sobre China.