Viernes, 23 de febrero, 2018
El informe de Amnistía Internacional sobre la situación de los derechos humanos en el mundo documenta la represión arbitraria y brutal ejercida en 2017 contra el derecho de protesta pacífica en más de 20 países subsaharianos, por medios como prohibiciones ilícitas, uso excesivo de la fuerza, hostigamiento y detenciones arbitrarias
Lenin dijo en una ocasión: "A veces no pasa nada en decenios, y a veces pasa en una semana lo que en decenios." Estas palabras podrían describir perfectamente lo sucedido en la última semana en África. En una de las semanas más tumultuosas vividas en decenios han ocurrido en todo el continente una rápida sucesión de acontecimientos políticos que representan cambios radicales.
En Sudáfrica se produjo la dimisión de Jacob Zuma tras una presidencia caracterizada por la corrupción y la impunidad. Poco después cesó en su cargo el primer ministro etíope, Hailemariam Desalegn, tras meses de intensas protestas políticas. En la misma semana falleció Morgan Tsvangirai, veterano líder de la oposición de Zimbabue, tras toda una vida de lucha contra las violaciones de derechos humanos del régimen del ex presidente Robert Mugabe.
Estos cambios sucesivos se han producido con considerable rapidez, pero venían gestándose desde hacía tiempo. El año pasado, África dijo adiós a los tres líderes que más tiempo llevaban en el cargo: Yahya Jammeh, de Gambia (22 años); José Eduardo dos Santos, de Angola (38 años), y Mugabe, de Zimbabue (37 años), todos ellos líderes de gobiernos conocidos por su brutal represión de la disidencia.
Dada la magnitud y la larga duración de la represión ejercida por estos gobiernos, mucha gente pensaba que no viviría para ver su final. En Gambia, Zimbabue y Etiopía, los recientes acontecimientos eran impensables, hasta que ocurrieron.
Quién iba a imaginar que las puertas de las infames prisiones de Etiopía se abrirían de par en par para que miles de presos y presas de conciencia salieran en libertad. Que Eskinder Nega, el valiente periodista que llevaba siete años entre rejas por criticar al gobierno, se reuniría por fin con su familia.
Quién hubiera creído en Gambia que Ousainou Darboe y Amadou Sanneh, ex presos de conciencia de Amnistía Internacional que llevaban años encarcelados por alzar la voz contra la represión, iban a ser ministros del nuevo gobierno.
Quién se hubiera atrevido a cuestionar el dominio de Dos Santos y a pensar que su familia perdería el control de la industria del petróleo y su riqueza en Angola.
La creciente resiliencia de la gente que hace frente a la represión y exige respeto por los derechos humanos es un rayo de esperanza en tiempos de incertidumbre. Indica que la política del miedo podría estar por fin desapareciendo.
Desde 2016 se extienden por el continente las protestas multitudinarias y los movimientos populares, articulados y organizados a menudo por medido de las redes sociales.
#Oromoprotests y #amaharaprotests en Ethiopia, #ThisFlag en Zimbabue y #FeesMustFall en Sudáfrica fueron algunas de las manifestaciones más potentes de esta creciente rebeldía. Estas protestas fueron a menudo espontáneas, se hicieron virales y estuvieron dirigidas por ciudadanos y ciudadanas corrientes, en particular por jóvenes que soportaban la triple carga del desempleo, la pobreza y la desigualdad.
Esta tendencia continuó en 2017. De Lomé a Freetown, de Jartum a Kampala y de Kinshasa a Luanda, la gente tomó la calle multitudinariamente, haciendo caso omiso de las amenazas y de la prohibición de las protestas y negándose a retroceder incluso frente a brutales medidas de represión.
Los desencadenantes de estas protestas varían. En la República Democrática del Congo fue la tardanza en publicar el calendario electoral lo que sacó a la gente a la calle; en Chad, la subida de las tasas a los comerciantes del mercado de mijo de Yamena; en Togo, el aumento de los precios del petróleo, y en Kenia, la frustración derivada del proceso electoral.
Pero lo que tienen en común estas protestas es la fuerza de la rebeldía y las demandas de cambio, inclusión y libertad. Aunque en algunas hubo muestras de violencia –en su mayoría como reacción a fuertes medidas represivas–, casi todas fueron actos pacíficos, impulsados por la demanda de derechos básicos y dignidad.
Y hay razones sobradas para creer que esta tendencia es imparable.
El informe de Amnistía Internacional sobre la situación de los derechos humanos en el mundo documenta la represión arbitraria y brutal ejercida en 2017 contra el derecho de protesta pacífica en más de 20 países subsaharianos, por medios como prohibiciones ilícitas, uso excesivo de la fuerza, hostigamiento y detenciones arbitrarias.
Pero de poco sirvió esa represión a quienes se valieron de ella con la intención de aplastar y silenciar la disidencia. De hecho, es cada vez más evidente que no respetar la libertades e incumplir las obligaciones contraídas en materia de derechos humanos resulta contraproducente a la larga.
Esta evidencia debería ser una señal de alarma para que todos los gobiernos comprendan que, para conseguir paz y estabilidad duraderas, la solución radica en garantizar más libertades, no menos. Los cambios políticos no significan nada si no traen consigo un mayor respeto de los derechos humanos. Al final, a las personas a quienes importa la libertad y la igualdad, lo que les preocupa no es qué líder está el poder, sino si respeta o no los derechos humanos.
Sólo el tiempo dirá lo que estos cambios políticos significan realmente para la gente de África, en especial para la que vive en la pobreza, para la juventud y para las personas marginadas, reprimidas o silenciadas.
Pero lo que está claro es que, en todo el continente, la gente no está dispuesta a esperar decenios para descubrirlo.
Originalmente publicado en: https://edition.cnn.com/2018/