Viernes, 26 de mayo, 2017
La última revelación de Amnistía Internacional de que el ejército de Estados Unidos no ha supervisado debidamente el destino de armas suministradas a Irak y Kuwait por valor de mil millones de dólares es una prueba abrumadora de este enfoque temerario e irresponsable que se aplica en materia de seguridad.
Hoy se reúnen en Bruselas varios jefes de Estado para la primera cumbre de la OTAN que se celebra desde que Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos de América. Con Trump al timón, esperar lo inesperado en cuestiones de política exterior se ha convertido en lo habitual. Prueba de ello es su decisión de comenzar su primer viaje al exterior visitando Arabia Saudí.
Aunque la verdad es que va a ocurrir lo que ocurre de costumbre con Estados Unidos, que en los últimos años ha estado perfeccionando su doble discurso en cuestiones de seguridad y antiterrorismo, presentándose públicamente como líder creíble en materia de defensa, a la vez que suministra armas —a escala masiva— a países donde proliferan la inseguridad, los grupos armados y las violaciones graves de derechos humanos.
La última revelación de Amnistía Internacional de que el ejército de Estados Unidos no ha supervisado debidamente el destino de armas suministradas a Irak y Kuwait por valor de mil millones de dólares es una prueba abrumadora de este enfoque temerario e irresponsable que se aplica en materia de seguridad.
Tras presentar una solicitud con arreglo a la Ley sobre Libertad de Acceso a la Información, hemos tenido acceso a una auditoría ya desclasificada del Departamento de Defensa de septiembre de 2016. Esa información revela que el Departamento no llevó un registro exacto y actualizado de la cuantía y el destino de una enorme cantidad de material enviado a Kuwait e Irak para proveer al ejército iraquí y que se desentendió de sus responsabilidades una vez que entregó la armas a los iraquíes, quienes es sabido que aplican medidas de control de los arsenales sumamente deficientes.
Entre el material transferido había decenas de miles de fusiles de asalto, centenares de proyectiles de mortero y centenares de vehículos blindados Humvee. Huelga decir cuánto daño y sufrimiento pueden causar estas armas. Todo el mundo ha visto las imágenes de cuerpos de civiles llenos de heridas de bala y de metralla.
Lo que hace que estas revelaciones resulten aún más preocupantes es que sabemos que las transferencias están fomentando las atrocidades. Si se envían armas a una región tan insegura, está más que claro que las cosas van a salir mal. Eso es lo que ha ocurrido. Amnistía Internacional ha documentado sistemáticamente cómo las armas estadounidenses han acabado en Irak en manos peligrosas, incluidas las del grupo armado autodenominado Estado Islámico, porque el mayor comerciante de armas del mundo no consideró necesario aplicar medidas más estrictas de comprobación y control. Para no repetir los errores del pasado, Estados Unidos debe actuar con extrema cautela con todas las transferencias futuras a Irak.
Nuestras conclusiones reflejan una pauta de conducta de Estados Unidos —y, de hecho, de muchos de sus aliados, entre los que se reparten también los miles de millones de dólares que mueve el comercio de armas— que está basada en la creencia de que enviar armas por valor de miles de millones de dólares al polvorín en que se ha convertido Oriente Medio es compatible con las iniciativas contra el terrorismo.
Es la misma lógica incongruente que, el sábado, permitió al presidente Trump cerrar un trato de venta de armas por valor de casi 110 mil millones de dólares con Arabia Saudí. Para sus ayudantes y para los fabricantes estadounidenses de armas, el trato, uno de los mayores de la historia, fue motivo de celebración, pero a nosotros se nos cayó el alma a los pies al conocer la noticia. El paquete acordado incluía tanques, artillería, sistemas de radar y, lo que es peor, armamento de precisión que el presidente Obama había bloqueado por el temor de que se utilizara para matar y herir a civiles en la guerra del vecino Yemen.
Dadas las alarmantes deficiencias del sistema estadounidense de supervisión de las transferencias de armas a Irak, se corre el riesgo de que el material acabe allí en manos de terceros peligrosos; sin embargo, en el caso de Arabia Saudí, sabemos exactamente dónde van a parar las armas que le vende Estados Unidos: son utilizadas contra hospitales, escuelas y viviendas de civiles inocentes.
Poco a poco, pero de manera inequívoca, estamos viendo el efecto en cadena de una agenda de política exterior que se desentiende de los problemas de derechos humanos y está obsesionada con el interés comercial a costa de todo lo demás. No es coincidencia que la crisis global de refugiados haya adquirido proporciones históricas al mismo tiempo que el comercio mundial de armas cobra una magnitud que no tenía desde la Guerra Fría.
Es en este contexto en el que Donald Trump va hablar con los aliados sobre las iniciativas contra el terrorismo, poniendo de manifiesto que su búsqueda de seguridad es una farsa peligrosa, que prepara el terreno para más sufrimiento humano, no para menos. En nuestras manos está revelar el doble discurso sobre la preocupación por la seguridad como lo que realmente es. Si no lo hacemos, las consecuencias serán sin duda de alcance global y demasiado graves para hacer caso omiso de ellas.
Por Salil Shetty es secretario general de Amnistía Internacional.