Lunes, 09 de mayo, 2016

Fernanda Doz Costa, investigadora de las Américas, escribe desde una protesta frente a un tribunal de Argentina, donde "Belén" fue a escuchar las razones de su condena a ocho años de prisión después de un aborto involuntario.


Fernanda Doz Costa, investigadora de las Américas, escribe desde una protesta frente a un tribunal de Argentina, donde "Belén" fue a escuchar las razones de su condena a ocho años de prisión después de un aborto involuntario.

Era una mañana fría y gris en Tucumán, ciudad del noroeste de Argentina, cuando llegué a la puerta de tribunales. Muchas personas fueron llegando a la protesta en contra de la condena a “Belén” (no es su nombre verdadero) a ocho años de prisión, luego de haber sufrido un aborto espontáneo, cuyas razones iban a ser leídas ese día.

Poco a poco la vereda se fue llenando de color. Había banderas que denunciaban la discriminación de género y pedían el fin de la criminalización de las mujeres, carteles que decían “poder judicial del medioevo”; los inconfundibles pañuelos verdes de la campaña por la despenalización del aborto y hasta una réplica de una “cárcel de mujeres” itinerante.

Cuando no hubo más espacio, las organizaciones que fueron a pedir la libertad de Belén cortaron la calle, al ritmo de una murga que fue convirtiendo la bronca e impotencia que nos llevó a todos a ser parte de esa protesta, en un momento de adrenalina y unión. 

Siempre he creído que es esa manera tan rítmica y colorida de protestar que tenemos en Latinoamérica la que nos hace conservar la esperanza a quienes sufrimos la injusticia de casos como el de Belén y la sentimos como personal.

Y son también esos cantos, esos gritos, esa cantidad de gente que siente la necesidad visceral de gritar que le importa y le indigna que una mujer este presa por ser mujer y por ser pobre; aunque a los poderes del Estado no les importe; la que les dan fuerzas a las víctimas y a sus familiares ante tanto dolor absurdo.

“Belen” estaba llegando a tribunales por otra puerta para ser notificada de la sentencia en su contra y escuchó todo, vio fotos de la marcha. Le dijo a su abogada que estaba muy emocionada por saber que tanta gente la había venido a acompañar, que tanta gente se solidarizaba con la injusticia que ella había sufrido.

“No lo puedo creer”, fueron sus palabras. ¿Cómo lo va a poder creer? Si en toda la región hay cientos de casos como el de ella, como hemos documentado en un reciente informe. Mujeres de escasos recursos que llegan al hospital público en busca de atención de salud reproductiva y son sospechadas apenas cruzan la puerta; son maltratadas por el personal de salud; son acusadas en base a estereotipos de género fuertemente arraigados en nuestras sociedades y que el personal de salud se siente con el poder (y la impunidad) de imponérselos violentamente. Y en general a nadie le importa.

El caso de Belén nos importa

Pero el caso de Belén nos importó a todas. Ha sido publicado en cientos de medios nacionales e internacionales y está siendo ampliamente difundido por las redes sociales. Hoy la nueva abogada de Belén ha pedido judicialmente su libertad y el escrito ha sido acompañado por más de 30 páginas de adhesiones de personas y organizaciones que la apoyan.

Nos importa porque lo conocimos, muchos otros casos no se conocen. Nos importa porque, como los casos de“Las 17” en El Salvador, este caso personifica la violencia con la cual el patriarcado es impuesto a través de nuestros Estados; llegando a meter a la cárcel a las mujeres que, sospechan, no cumplen con los deberes esperados de “buena mujer”.

Nos importa porque sabemos que Belén no ha tenido una defensa adecuada y de hecho ha sido condenada por su propio médico desde que entró en el hospital, mismo que violó su obligación de confidencialidad médica para denunciarla.

Nos importa porque es una muestra casi irrisoria de la selectividad de derecho penal, que encarcela a personas pobres sin pruebas porque ya las considera culpables. Y si son mujeres peor.

ACTÚA POR BELÉN

Ninguna prueba

Soledad Deza, la actual abogada de Belén, es una feminista que asumió su defensa cuando se enteró que ella había sido condenada por homicidio doblemente agravado, por el vínculo y por alevosía, es decir por haber matado a un familiar cercano. Belén fue condenada en base a un feto que fue encontrado en el hospital y que el personal médico dijo que era de Belén, pero nunca se hizo el ADN correspondiente para confirmarlo.

“Mi defendida estuvo siempre vinculada moralmente a un feto encontrado”, nos dijo Soledad Deza en las escalinatas de tribunales. “Fue condenada sin importar que ese feto hubiera sido encontrado antes de que ella ingrese al Hospital de acuerdo a las pruebas del caso y pese a que hay confusión en el expediente acerca de si ese famoso ‘feto encontrado’ fue uno solo o fueron dos o fueron varios; o es un feto femenino o es un feto masculino, si es el feto de una mujer de 35 años (Belén tenía 25 cuando fue al hospital en busca de atención medica) o si es de alguien más.”

“Y esa vinculación moral, se convirtió en sospecha médica primero, acusación policial después, vinculación forense a posteriori, luego registral y finalmente jurídica, TODO sin ninguna prueba.”

Hubo muchos aplausos ante sus palabras. Todas las que estábamos en la marcha esperando escuchar “las razones” del poder judicial para condenar a Belén; fuimos sintiendo su indignación. Finalmente, a pedido de Belén, la sentencia le fue notificada a ella y su abogada de manera privada y no fue leída en audiencia pública como se había programado. Esto porque Belén quiere proteger su identidad y había demasiados medios de comunicación presentes.

La sentencia a ocho años de prisión de Belén fue apelada por su abogada, al igual que la prisión preventiva que está cumpliendo hace más de dos años. Belén nunca debió haber sido condenada. Ella quiere justicia. Todas queremos justicia.

Fue ahí recién cuando noté que había salido el sol.