Martes, 10 de mayo, 2016

Es una historia con un final impensado. Una verdadera pelea de David contra Goliat.


Es una historia con un final impensado. Una verdadera pelea de David contra Goliat.
 
De un lado, 20 familias viviendo en las ruinas de lo que alguna vez fue una comunidad vibrante de 600 familias establecida hace cinco décadas en frente de lo que ahora es el Parque Olímpico – y una de las zonas más afluentes de la ciudad.
 
Del otro, la voluntad inquebrantable de las autoridades de Río de Janeiro, empeñadas en desalojar la tierra, a pesar de haberle dado a la comunidad el derecho de vivir ahí por cien años.
 
Fueron meses de una lucha brutal, en las cortes y en las calles – más de la mitad de los habitantes de la comunidad denunciaron haber sido hostigados para dejar sus casas y algunos fueron desalojados violentamente.
 
María da Penha Silva, una madre de 51 años  una de las más miembros más vocales de la comunidad, finalmente sonríe – pero con cautela.
 
En contra de todas las predicciones, la campaña que protagonizó durante meses logró llegar a un acuerdo con la municipalidad para permitir que las 20 familias que siguen en la comunidad puedan quedarse. La municipalidad acordó construir nuevas casas, comenzando en Mayo.
 
“Todavía hay mucha desconfianza por todo lo que las autoridades nos han hecho, todo lo que hemos pasado. Pero cuando comiencen a construir las casas que nos prometieron va a ser una victoria para nosotros, para todos los que nos apoyaron y para la ciudad entera. Estamos esperando un final feliz,” dice María, hablando desde la iglesia que se ha convertido en su hogar después que su casa fuera demolida en Marzo.
 
Un camino difícil hacia la victoria
Escondido en uno de los distritos con más prospectos de Río de Janeiro, a 45 minutos en carro de la híper famosa playa de Ipanema, apenas 30 casas de mantienen de pie en un barrio que solía ser hogar para 600 familias.
 
Los pocos residentes que continúan allí viven rodeados de los recuerdos de una larga y dolorosa batalla para aferrarse a sus hogares – pilas de basura, graffiti, bolsas de basura incinerada, juguetes abandonado y televisores rotos.
 
Hace un año, Vila Autódromo era una comunidad vibrante. Era conocida por ser una de las pocas “favelas pacíficas de Río de Janeiro, sobreviviente de la implacable lucha contra las drogas que marchitado millones de vidas. Tenía restaurants, un parquet para los niños, un centro cultural y una iglesia.
 
Pero desde que el valor de la tierra subió en una de las ciudades más caras de Sudamérica, y con la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Río 2016 muy cerca, las autoridades decidieron que la comunidad debía irse.
 
María y sus vecinos pelearon en las cortes durante años para quedarse en la tierra que tienen el derecho de ocupar.
 
Una larga batalla
Tal vez sin darse cuenta, durante lo que pareció una batalla interminable para proteger su comunidad, Maria da Penha Silva y muchos de sus vecinos se convirtieron en activistas. Ella se mudó a Vila Autódromo hace casi tres décadas con la esperanza de una vida pacífica. Pero después de unos años, las autoridades comenzaron a hostigar a las familias para que dejaran sus hogares.
 
La última amenaza llegó apenas Río de Janeiro consiguió ser sede de los Juegos Olímpicos y las autoridades comenzaron a buscar lugares para construir las nuevas instalaciones. Este hermoso pedazo de tierra, frente a un lago, fue una de las primeras opciones.
 
Los trabajos de construcción comenzaron casi inmediatamente. Las autoridades querían asegurarse que para cuando Río diera la bienvenida al mundo, un parque fuera lo único que se interpusiera entre el Parque Olímpico – con sus gimnasios, piscinas, arenas y centro de prensa – y la carretera que la conecta con el centro de la ciudad.
 
Ofrecieron a algunos residentes dinero o nuevos departamentos si aceptaban irse. Muchos de los que aceptaron la oferta ahora se quejan que los departamentos están mal construidos y que están ubicados en una zona peligrosa. Los que no aceptaron la oferta fueron presionados para irse. Les cortaron el agua y la electricidad, cancelaron los servicios de recolección de basura y, eventualmente, los guardias municipales aparecieron con excavadoras, desalojando a muchas familias de sus hogares sin previo aviso. María y otros fueron heridos durante los desalojos.
 
Así fue como María perdió la casa de tres habitaciones que le había llevado seis años construir. Ahora vive con una vecina y sus pocas posesiones empacadas en bolsas y cajas de cartón en lo que era la iglesia de la comunidad.
 
“Todo ha sido muy difícil. Tengo suerte de haber tenido la fuerza para resistir todo esto. Pueden demoler nuestras casas, pero no pueden demoler nuestro derecho de estar aquí,” dice María.
 
María pasa sus días y noches caminando en la comunidad, asegurándose que los vecinos que se han convertido en su familia están bien, y mostrando a los visitantes como era la comunidad.
 
Se necesita bastante imaginación para ver lo que ella describe con tanta pasión. Para ver la casa que construyó, las calles libres de piedras y basura, imaginar los 500 árboles que una vez rodearon la comunidad y lo protegían del calor sofocante de Río. De hecho, apenas se puede escuchar a María hablar por sobre el ruido ensordecedor de las máquinas que construyen el Parque Olímpico a un lado.
 
Hoy, Vila Autódromo y el Parque Olímpico dicen mucho de los problemas de Brasil. Este símbolo del estatus internacional de Río yace a un lado de la tragedia de María, a través del enorme abismo que separa a los pocos ricos y las masas marginalizadas de la principal economía de América del Sur. Edificios brillantes de un lado, escombros y desesperación del otro. 
 
Su lucha es un ejemplo par alas muchas otras comunidad que, en todo Brasil, continúan su lucha por su derecho a no ser echados de sus casas.
 
A pesar del acuerdo al que han llegado con las autoridades, quedan muchas preguntas sobre cómo será implementado y cuándo los residentes de la Vila Autódromo tundra sus nuevas casas.
 
Pero por ahora, María está feliz.
 
“Me dejaron sin dinero, sin una casa, sin nada pero nunca iba a darme por vencida. Hay cosas sobre las que no se puede poner un precio. No se puede poner un precio a su felicidad o a tus derechos humanos.”
 
Esta nota fue originalmente publicada en Vice News
 
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