Martes, 28 de enero, 2020
Omaira Labrador
Los agentes económicos tachirenses no se interesan en el bolívar porque dinero en efectivo no hay. Las entidades bancarias solo permiten retirar 25 mil bolívares por persona y esta cantidad no alcanza ni para comprar un cartón de huevos; las personas ya no van a la banca a buscar efectivo y a esto se le suman la devaluación y la depreciación constante del bolívar
Los tachirenses se las ingenian para obtener algunos pesos que les permitan “surfear” los estragos de la hiperinflación. Cuando no se cobra o se vende en la moneda del vecino país se hace el cálculo según el cambio del día.
—¿Cuánto cuesta el kilo de carne?— pregunta Yolanda Jaimes, ama de casa.
—10 mil pesos — responde la paciente vendedora.
—¿Y en bolívares, nuestra moneda, la venezolana?— insiste la señora, con su bolsa de hacer mercado vacía.
—Aquí no se reciben bolívares, señora — replica la vendedora, que dice llamarse Juana, a secas —. Ni siquiera levanta la mirada para ver quién pregunta.
Yolanda sigue su camino. En su bolso solo tiene 40 mil bolívares. Acaba de cobrar la pensión, que mensualmente le deposita el Instituto Venezolano de los Seguros Sociales (IVSS). Unos cuantos bolívares, de entrada, sabe que su capacidad de compra será muy baja en un mercado donde prefieren el peso colombiano o, en todo caso, dólares. Ella intenta comprar lo de un mes con menos de 10 mil pesos colombianos.
Yolanda Jaimes no vive en un lugar fuera de Venezuela. No está en territorio colombiano, sino en un mercado de San Cristóbal, estado Táchira, al oeste del país. Su historia se replica en cualquier rincón de los 29 municipios que conforman el estado, región fronteriza con Colombia
Aunque se trate de maquillar, esconder u ocultar, hay una realidad: el peso colombiano se ha convertido en la moneda de más alta circulación en el estado Táchira.
No hay negocio u oficio que no se cobre o se pague con la divisa colombiana.
Si en Caracas el dólar manda, en esta región fronteriza, desde hace unos dos años, pero sobre todo en los nueve meses que han corrido del 2019, el peso colombiano pasó a dominar la mayoría de las transacciones económicas. Pareciera que ha nacido una nueva clasificación de las personas en Táchira: las que devengan pesos y las que solo ganan bolívares.
Fenómeno en todo el Táchira
El peso colombiano comenzó a mandar hace años en los municipios ubicados en la línea fronteriza: Bolívar, Pedro María Ureña, García de Hevia, Rafael Urdaneta, pero ahora se ha extendido a todos los rincones del estado Táchira.
El economista tachirense, Aldo Contreras argumenta, en palabras técnicas, por qué el pago o cobro en pesos colombianos es preferido: “Esto se debe a que las personas, en este estado, buscan protegerse de la hiperinflación que ha azotado a Venezuela, que en el año 2018 cerró con una tasa de 2 millones por ciento y, según análisis, la anualizada será superior al 250 mil por ciento”.
De acuerdo con las más recientes cifras, manejadas por Contreras, cerca del 70 por cierto de las transacciones económicas que se hacen en el Táchira son en moneda colombiana, sobre todo en la venta de repuestos, cauchos, baterías, servicios profesionales médicos y los no profesionales, como peluquerías, plomería, cerrajería, se cobran en moneda fuerte, “dura”, y si no se hacen en pesos colombianos, entonces se efectúan utilizando el tipo de cambio del día para recibir los bolívares y estos se cambian automáticamente a divisas.
Los agentes económicos tachirenses no se interesan en el bolívar porque dinero en efectivo no hay. Las entidades bancarias solo permiten retirar 25 mil bolívares por persona y esta cantidad no alcanza ni para comprar un cartón de huevos; las personas ya no van a la banca a buscar efectivo y a esto se le suman la devaluación y la depreciación constante del bolívar. En cuestión de horas, el bolívar pierde valor, así lo explica el joven economista.
Abundan en este estado fronterizo las casas de cambio virtuales. Las personas ya no tienen necesidad de cruzar los puentes binacionales para cambiar el dólar en pesos o los bolívares en pesos, pues esto ya se hace en suelo tachirense.
“Vendo pesos. Compro pesos”, se publica a través de las redes sociales y vía telefónica.
“Vendo en pesos”
María Luisa Moreno Santander tiene 62 años. Más de la mitad de su vida -35 años- la ha invertido en la cocina, para satisfacer paladares ansiosos por degustar platos típicos y domingueros.
En San Antonio del Táchira, municipio en plena línea fronteriza con el Norte de Santander, Colombia, vende pasteles, masato, hervidos, gallina asada y otros platos típicos muy demandados en la región. Con la autoridad que le da tener tres décadas en la gastronomía popular, dice que ha visto cómo su negocio, luego de una cierta evolución, ha retrocedido en los últimos cuatro años.
Se queja que le cuesta trabajo conseguir los insumos para los platillos que prepara los domingos. “Por la misma situación del país, todo ha cambiado, en retroceso. Ya la gente no tiene el dinero de antes para comprar comida”.
En sus cuentas, la producción de comida ha bajado 50%. En su zona -insiste- no se consigue nada, aunque sabe que tienen la ventaja de estar a menos de 10 minutos de La Parada, primer poblado colombiano con gran movimiento comercial.
Desde hace cinco meses pasó a cobrar los almuerzos en la moneda del país vecino. “Nosotros, con bolívares no hacemos nada, ya que todo lo compramos en pesos, -y repite-, todo”. Reafirma la tesis del economista Aldo Contreras, en el sentido de que la mayoría de las transacciones económicas son en divisas.
Ella, con las lecciones económicas aprendidas en su modesto negocio, argumenta que el peso colombiano tiene una ventaja y es que no se devalúa. “Aquí uno compra a un precio y mañana ya hay otro… No es ventajoso trabajar con soberanos”.
Los clientes ya saben que deben pagar todo en pesos. “Es muy raro quien se moleste porque se cobra en moneda colombiana. Aquí sabemos que San Antonio en materia económica, ya es una parte de Colombia”. Una gallina asada cuesta 20 mil pesos; un hervido, 5 mil pesos; los pasteles a 800 pesos.
“Estoy guapeando, pero esto es fuerte”, remata esta mujer, quien el domingo se levanta a la una de la mañana para continuar la tradición de la venta de comida de “Los Remolachos”, como los conocen en su pueblo fronterizo.
“Gano 883 pesos diarios como profesor”
Con 32 años de servicio en la Universidad de los Andes, núcleo Táchira, Pedro Rincón Gutiérrez es profesor titular. Luego de cumplir con todos los requisitos para llegar al escalafón académico más alto, hoy ve en peligro su derecho a la alimentación y a la salud, para no hablar de otros derechos, porque sencillamente gana cerca de 200 mil bolívares mensuales, que son unos 25 mil pesos al mes.
El profesor, que actualmente dicta la cátedra de Historia y participa en un sinfín de actividades de extensión, saca cuentas y cuentas para tratar de estirar el salario, en bolívares, pero los números nunca le cuadran: siempre son deficitarios.
“Nuestro salario como profesor titular es de 200 mil bolívares mensuales, lo que equivale a 8 dólares al mes o 0,26 centavos de dólar al día, y en pesos –ahora la moneda tachirense- es de 25 mil, lo que equivale a 883 pesos al día”.
25 mil pesos es poco, alcanzarían para hacer la compra diaria o, estirándolos, para un par de días.
El profesor Omar Contreras Molina, también involucrado en la comunicación social radial, da el ejemplo de la alimentación deficitaria que tiene el personal universitario, pero no hay que dar muchas explicaciones, pues solo con ver a muchos se llega a esta conclusión. La hiperinflación hace estragos en el derecho a la alimentación.
“Con 883 pesos diarios, en una economía totalmente dolarizada, no se hace nada”, dice, al tiempo que muestra su talón de pago que certifica lo dicho—. Con esta asignación es muy difícil para un profesor universitario adquirir una nueva vivienda, tener un carro, incluso arreglar un vehículo. O, simplemente, comprar un teléfono celular.
Con un poco más de 600 bolívares diarios, es imposible alimentarse, insiste Contreras Molina, “y menos hablar de adquirir libros para estar al día con las investigaciones y estudio”.
_ ¿Qué hace un profesor universitario para subsistir en una economía que se rige por la divisa colombiana?
“Muchos hemos tenido que salir de joyas y pequeñas prendas que teníamos, como recuerdos de bautizo o de matrimonio, entre otros artículos, para poder arreglar el carro o por problemas de salud. Seguimos aquí porque tenemos querencias y creemos que esto cambiará”.
Igualmente, se impone en este sector tan importante de toda sociedad el llamado rebusque: hacer cualquier otra cosa que ayude a subsidiar la pasión por enseñar.
La historia del profesor Omar Contreras, en este estado fronterizo, aplica para la mayoría de trabajadores de la administración pública o privada que ganan un mísero salario, exclusivamente, en bolívares.