Viernes, 08 de noviembre, 2019
Andrea Salas

El primero de mayo, a las 8:00 a.m, una nueva avería dejó en tinieblas a varios sectores del sur de Maracaibo, incluyendo Los Haticos, donde está ubicado el Hospital General del Sur. Allí, la explosión de un cable subterráneo se tradujo en 50 horas de caos para el personal médico que luchó por preservar la vida de sus pacientes con métodos medievales


Yamilex Álvarez llevaba once días dormida en un coma inducido. El 25 de marzo, justo cuando el equipo médico del Hospital Coromoto iba a extubarla, Maracaibo, la capital del estado Zulia, quedó en penumbras por el segundo apagón general que afectó a Venezuela entera. Sin la posibilidad de encender el tomógrafo para evaluar el progreso de la cirugía en la que le extrajeron un tumor cerebral, su despertar se pospuso y aparecieron las complicaciones.

“Presentó un sangrado pulmonar por pasar más tiempo intubada y la única opción fue la traqueostomía (…) Cuando por fin salió de cuidados intensivos fue muy desesperante porque la planta eléctrica abastecía solo las zonas más importantes, como los pabellones, la UCI, la Unidad de Quemados, Pediatría.  La habitación estaba a oscuras. Esa primera noche, tuvimos que empujar la cama hasta el pasillo para que entrara un poco de viento a través de las ventanas. Es lo más difícil que nos ha tocado enfrentar”, de esta manera, su hija Brenda Piñeiro narra la crónica de un posoperatorio de terror”.

Días que no han tenido fin y noches en vela. La misión de la familia de esta paciente de 44 años es titánica: no parar de soplarla y bañarla cuantas veces haga falta. Aunque ya fue dada de alta, luego de tres meses internada, el calvario continúa porque en la entidad petrolera el colapso eléctrico recrudece con racionamientos diarios desmedidos, mientras que en el resto del país ocurren fallas momentáneas y Caracas está excluida del llamado plan de administración de cargas.

Sudoraciones excesivas, hipotensión y náuseas son los síntomas que manifiesta Yamilex, quien palea, casi desnuda, las extensas jornadas sin el servicio básico, en medio de un sofocante clima que puede rozar los 40 grados centígrados.

Como ella, el resto de los zulianos sobrevive al caos que mantiene anulada la cotidianidad, con cortes que van desde las 6 horas y llegan a superar los cinco días de desconexión, como le sucedió a la localidad de Machiques de Perijá, en plena Semana Santa. 

Los vecinos de la comunidad marabina Jobo Alto, ubicada en el Kilómetro 18, reportan que quitan la luz hasta por tres días y la devuelven solo por fugaces 20 minutos. Derwin Áñez refiere:

“Estamos cansados del atropello. Cerramos la vía para protestar y la Guardia nos reprime”, Refiere Derwin Áñez

El descanso, una necesidad fundamental, pasó a un segundo plano para los ciudadanos que caminan por las calles cual autómatas, con ojeras que desnudan el ‘maratón’ al que han estado sometidos desde el 7 de marzo pasado, cuando se suscitó el primer blackout nacional que cobró más de 100 horas sin corriente.

Carlos Telles, de 29 años, barre todas las noches el techo de su casa, ese es ahora el dormitorio de su familia. Con una pequeña lámpara portátil, proyecta un tanto de luz al espacio que les regala un poco más de brisa. Desde el sector El Potente, al sur de Maracaibo, expresa:

“Lo que estamos pasando es muy angustiante. A veces siento que me volveré loco por pensar tanto. Los niños sufren; mi sobrino de 6 meses llora mucho. El Zulia no merece ser tratado así”.

Los zancudos los acompañan en las citas nocturnas, cuando conciliar el sueño se convierte en una utopía para la mayoría. Casi se trata de un insomnio colectivo, instalado en las nuevas camas de los apagones: los frentes de las viviendas, los balcones, los patios e, incluso, las aceras públicas. Donde sea, la gente busca reposar su incomodidad.

Las consecuencias de este ‘viacrucis’ son tan largas como la espera de quienes ansían recuperar la normalidad. Una muy dolorosa le tocó a Antonio González, quien dentro de unos meses cumplirá un siglo de edad. Hasta hace poco, era muy activo –comenta su sobrina Roxana Moreno– pero su nueva rutina de caminar hasta el baño tanteando las paredes pasó factura: la cabeza rota por una aparatosa caída. En la avenida Universidad, donde reside, con la puntualidad de un reloj suizo, suspenden la electricidad diariamente, a partir de las 8:00 p.m. Regresa siempre al amanecer.

Hospital General del Sur: 50 horas apagados

Las interrupciones del servicio perjudican gravemente el sistema de salud y dejan, prácticamente, a la deriva a un sector vulnerable de la población: los enfermos. Aunque las autoridades regionales y locales insisten en que garantizaron las plantas eléctricas en los centros asistenciales desde el primer mega apagón, lo cierto es que muchas de ellas no funcionan y, por esto, servicios prioritarios están comprometidos.

Este primero de mayo, a las 8:00 a.m., una nueva avería dejó en tinieblas a varios sectores del sur de Maracaibo, incluyendo Los Haticos, donde está ubicado el Hospital General del Sur. Allí, la explosión de un cable subterráneo se tradujo en 50 horas de caos para el personal médico que luchó por preservar la vida de sus pacientes con métodos medievales.

Una supervisora de enfermería, que prefirió mantenerse en el anonimato, denuncia que las salas de urgencias cerraron y dejó de trabajar el banco de sangre. “Las únicas áreas encendidas fueron la Unidad de Cuidados Respiratorios y Cardiología, ahí se amontonó un grupo de pacientes, otros se dieron de alta, pero a muchos se los llevaron sus parientes. En la torre de hospitalización, quedaron a su suerte”.

Producto de la contingencia, los tratamientos de hemodiálisis se cancelaron. Afortunadamente, para el momento, la UCI permanecía inoperativa por trabajos de esterilización. El director del recinto, Alfredo Mogollón, mediante una nota de prensa, asevera que no se registraron fallecimientos por el evento y que trasladaron a dos personas dependientes de respiradores artificiales hasta el Servicio Autónomo Hospital Universitario de Maracaibo (Sahum).

El presidente de la Sociedad Venezolana de Cirugía, núcleo Zulia, Américo Espina, reporta que el generador eléctrico del ‘General del Sur’ –el segundo más importante de la región– permanece dañado, al igual que ocurre en los hospitales Adolfo Pons y Chiquinquirá. Por su parte, los del Sahum “funcionan con limitaciones”. Por el contrario, en el Hospital Central, la operatividad es óptima. El médico alerta que las intervenciones electivas están pospuestas; solo entran a quirófano las emergencias.

El diputado a la Asamblea Nacional, Juan Carlos Velasco, precisa:

El 85% de los quirófanos permanecen paralizado y que, en ocasiones, el equipo médico no tiene otra opción distinta a “culminar las operaciones iluminando con celulares”. En terapia intensiva, “los médicos, enfermeros y hasta los familiares tienen que ofrecer respiración manual” a los pacientes cuando ocurre un apagón.

“La salud en el Zulia está en agonía”, enfatiza, al tiempo que destaca que la gente lleva plantas particulares a instituciones neurálgicas para abastecer las áreas críticas.

Encima, “los laboratorios están paralizados por falta de calibración”. Sin contar la proliferación de enfermedades intrahospitalarias, derivadas de la  climatización inapropiada.

Una prueba de estos señalamientos es el caso de Josselyn Guillén:

“Mi niña de 5 años tuvo fiebre y mucho dolor de oído durante uno de los apagones generales. La llevé al Instituto Venezolano de los Seguros Sociales (Ivss) de Sabaneta y la atendieron con las luces de los teléfonos. Para poder diagnosticarla, le hice los exámenes en una clínica privada. Afortunadamente, todo salió bien”.

Un caso similar es el de Amada Ruiz, quien gastó más de 300 dólares, en un solo día, para tratar el cuadro de diarrea y vómitos que desarrolló su hijo de dos años en plena paralización eléctrica. “Fue desesperante. Casi todas las farmacias estaban cerradas y nos tocó pagar, inclusive, las medicinas en dólares”.

Desde su acera, los nefrópatas padecen las peores secuelas de la situación: sus tratamientos quedan a expensas de la disposición de energía. Luis Carrasquero, de tan solo 22 años, ha perdido varias sesiones en el Centro Nefrológico del Zulia, situado en Maracaibo.

“En abril, pasó seis días seguidos sin dializarse. Se sentía terrible; tenía la tensión muy alta por tanto líquido acumulado, la barriga crecida, se ahogaba muchísimo... Lo peor es que corríamos a las emergencias de los hospitales y ni siquiera oxígeno había. Fueron días y noches en vigilia. Experimenté una mezcla de tristeza, rabia y frustración por no poder ayudarlo”, recuerda su esposa Maybelín Torres.

Pese a que la Gobernación suministró un generador, la dificultad para conseguir gasoil es el nuevo obstáculo que afrontan los 41 enfermos de riñón que hacen vida en el lugar, cuyos procedimientos disminuyeron a la mitad del tiempo requerido: dos horas, en lugar del cuatro, “para que todos tengan la oportunidad” que en las instituciones privadas tasan en 50 dólares.

Las molestias domésticas son el ‘dolor de cabeza’ de Luis Acosta, uno de los 138 miembros del Centro de Diálisis de Occidente (CDO), de la capital zuliana. “El calor es fatal” y, como solo puede ingerir medio litro de agua diario, con un cubo de hielo intenta mitigar las intensas temperaturas y ‘engañar’ la sed.

Durante los cortes, el hombre de 65 años sumerge sus pies en baldes de agua o se moja por completo, con todo y ropa, para refrescarse cuando siente que se “está quemando por dentro”. Tras un suspiro, sueña en voz alta con llegar a casa y encender el acondicionador de aire.