Miércoles, 26 de abril, 2017
Ramos, Jorgen

los ambientes para la convivencia se pueden ver debilitados por la presencia de violencia homofóbica y transfóbica que discrimina a estudiantes que se perciben fuera de las normas de orientación sexual y género predominantes, incluyendo a aquellos que son homosexuales, bisexuales, intersexuales o transgénero.


Son notables los esfuerzos que se observan en los países de América Latina para ampliar el acceso de niños, niñas, adolescentes y jóvenes a una educación que garantice programas pertinentes y de calidad, y que sea capaz de generar ambientes propicios para la convivencia en los centros educativos. A pesar de estos esfuerzos, los ambientes para la convivencia se pueden ver debilitados por la presencia de violencia homofóbica y transfóbica que discrimina a estudiantes que se perciben fuera de las normas de orientación sexual y género predominantes, incluyendo a aquellos que son homosexuales, bisexuales, intersexuales o transgénero.

Según algunos organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), este tipo de violencia, –motivada por la orientación sexual percibida o por la identidad de género–, parece ser la forma de violencia más común en los centros educativos. (UNESCO, 2013:20-2323; Movimiento Mundial por la Infancia 2011:20)24.

Aun cuando su importancia haya sido soslayada y se carezca de información acerca de su magnitud, la experiencia apunta a un patrón de comportamiento fuertemente arraigado –que a lo largo de varias generaciones–, ha afectado a la población escolar, ocasionando estragos en el desarrollo de las personas afectadas, en la convivencia escolar, en los resultados de la educación y en consecuencia, en el desarrollo de los países.

La violencia por homofobia o transfobia, trasladada al hostigamiento entre escolares configura el denominado acoso escolar homofóbico o bullying transfóbico.
Es evidente que los y las estudiantes LGBTi (lesbianas, gay, bisexuales, trans e intersexuales) o no conformes con las normas de género pueden ser víctimas de otros tipos de violencia también por personal de las instituciones y del modelo organizacional (las normas sobre el uso de uniformes, los mensajes sobre la diversidad sexual en los materiales de enseñanza, condescendencia con el uso de un lenguaje ofensivo, y otros).

En los actos de acoso escolar concurren los siguientes elementos (UNESCO, 2013:1516; Mendos, 2014:922- 92317):

  • Desequilibrio de poder entre víctima y victimario; 
  • Intención de herir, infundir miedo o terror; 
  • Sistematicidad y repetición a lo largo del tiempo; 
  • Daño concreto generado a la víctima. 

Un factor común de todos los tipos de acoso escolar es que las víctimas siempre son elegidas por ser diferentes y el que padecen a diario niñas, niños, y adolescentes LGBTi no es la excepción. “En efecto, este tipo de hostigamiento refuerza relaciones de poder y normas sociales respecto de víctimas elegidas con base en la negatividad con que se percibe su orientación sexual o su identidad de género, sea ésta real, declarada, o percibida de manera prejuiciosa.” (UNESCO, 2013:15)18.

En tal sentido, no sólo son hostigados quienes se identifican como LGBTi, sino que las niñas, niños o adolescentes que no se ajustan a los patrones heteronormativos y a los estereotipos de género están expuestos a la violencia causada por la homofobia o transfobia.

Además de las expresiones físicas de violencia, se ejercen otros tipos de ofensas como son la exclusión social, la manipulación psicológica, la burla y la humillación, entre otras, que menoscaban la auto imagen y la autoestima en las personas agredidas, generando en ellas sentimientos de depresión y soledad que, en muchas ocasiones, las lleva a desistir de su deseo de estudiar, a echar por la borda sus proyectos de vida e incluso, a quitarse la vida.

Al abordar la violencia homofóbica y transfóbica en el ámbito escolar, se busca, además de prevenirla y de evitarla, que las autoridades educativas comprendan que su presencia afecta a toda la comunidad escolar. Tanto las personas agredidas como los agresores y los testigos se hallan inmersos en un ambiente de frustración, miedo y zozobra que amenaza la estabilidad y la confianza necesarias para el aprendizaje, la construcción de relaciones enriquecedoras, libres de prejuicios y de violencia.

Si se hace mención rápidamente de algunas cifras, se puede indicar que existen estudios que manifiestan que el 17% de las personas que enfrentaron acoso escolar homofóbico cambio de escuela, otro 17 % la abandonaba, un 33% de estas personas bajo el promedio de sus calificaciones, un alarmante 66% tenía dificultades para prestar atención en clase y un 75% de dichas personas evitaba algunos sitios dentro del centro educativo. Todo ello refleja una lesión grave al derecho a la educación y al libre desenvolvimiento de su personalidad.

Necesitamos estadísticas en la región

En cuanto a la extensión y naturaleza de la violencia homofóbica y transfóbica en los países latinoamericanos, existen grandes vacíos en la información disponible.

En relación con la violencia escolar hay una preocupación generalizada en los países de la región aunque los mecanismos para monitorearla y reportarla no siempre existen.

Pocas instancias gubernamentales recaban información y dan seguimiento al fenómeno de la violencia escolar en general, la que se basa en género, y al acoso escolar homofóbico, casi ninguno.

Al no haber instancias jurídicas, educativas o administrativas que se encarguen de reunir o recabar las cifras de la violencia homofóbica y transfóbica en los centros educativos con una metodología rigurosa y uniforme, la información disponible está dispersa y los datos son diversos y no fáciles de ensamblar en un panorama completo. Sin embargo, es importante analizar la información disponible para proporcionar una idea de la situación de un tema complejo y hasta hace muy poco ignorado.

Actualmente, son algunas organizaciones de la sociedad civil, académicas e internacionales las que realizan estudios acerca de la extensión del fenómeno y sus efectos. Por su parte, los informes acerca de la situación de los derechos humanos en los países dan cuenta de la discriminación, los atropellos y abusos que afectan a las comunidades LGBT en el ámbito social y a veces también informan de situaciones de homofobia y transfobia en el contexto educativo.

Debe entenderse que las instituciones educativas constituyen un reflejo de las sociedades en que están inmersas y a la vez refuerzan, mediante sus actos y omisiones, los prejuicios sociales existentes en relación con la diversidad sexual. En este conjunto compartido de valores tácitos y explícitos, las situaciones de violencia y de discriminación motivadas por la homofobia y la transfobia en el ámbito escolar han pasado casi siempre desapercibidas o han sido consideradas como actos desprovistos de importancia. Los entornos homofóbicos aprueban la violencia y en esas circunstancias los agresores están amparados por la complicidad; quienes sufren agresiones no llegan a reaccionar o denunciar por temor a una escalada de la violencia.

Dadas estas y otras circunstancias, se entiende que la violencia homofóbica y transfóbica se encuentre desdibujada y hay quienes piensen que ésta se refiere a situaciones aisladas y que no es un problema estructural que amerite una respuesta decidida.

Hay que combatir la violencia escolar homofóbica y transfóbica por el bien de toda la sociedad

Son pocos los países que han implementado políticas y acciones que aborden este problema. El activista Félix Fernández, integrante de Orgullo Guayana, una ONG que lucha por los derechos de la comunidad LGBTi manifiesta que el acoso escolar homofóbico y transfobico es un patrón que se aprende desde el hogar, se refuerza en la escuela y luego se practica en los demás entornos de la sociedad (iglesia, trabajo y comunidades), manifiesta igualmente, que tiene sus raíces en la falta de solidaridad, el abuso se da ante la mirada de la comunidad (escolar), incluso hay personas que graban con sus celulares el abuso, y casi nadie toma medidas para detenerlo, en este último aspecto destaca que, aunque existen personas que no ayudan porque no saben cómo hacerlo.

De igual manera, enfatiza que se debe formar al docente para identificar este tipo de violencia y es fundamental que la escuela disponga de mecanismos para abordar estas situaciones, estar atentas y atentos a cualquier señal que refleje una situación de violencia; orientar a estudiantes para que se comuniquen con sus padres, representantes o responsables en caso de sufrir acoso, hacerle saber que no debe dejar que quien le acosa le infunda miedo y que hay mecanismos para dejar de ser víctima de maltrato, así mismo informarles donde se debe acudir para buscar ayuda.

Según Fernández, muchas personas piensan que solo las víctimas son las afectadas; quienes presencian el acto de agresión y se manifiestan indiferentes para no ser implicadas ni implicados, pueden tener sentimientos similares a los de las víctimas, también pueden desvalorizar a la víctima e identificarse con el agresor produciéndose una desvalorización social que fomenta la participación en la agresión. El miedo a ser incluido o incluida como víctima impide que el o la observadora ayude al atacado o atacada y se desensibilizan ante el sufrimiento ajeno. En los agresores y agresoras, las conductas de acoso pueden hacerse crónicas y convertirse en una manera ilegítima de alcanzar sus objetivos, con el consiguiente riesgo de derivación hacia conductas delictivas, incluyendo violencia doméstica y de género.

Al hablar de su experiencia propia, Danny Rousseau, también de la ONG Orgullo Guayana (que funge como la red LGBTi de Amnistía Internacional Venezuela en el suroriente del país) expresa:


“El problema es que a los demás les faltaba empatía; nuestra cultura fomenta la discriminación hacia el diferente, sin considerar que es la diversidad lo que enriquece la vida, yo no era el problema y comencé a creer que estaba mal. También aprendí que siendo bueno e inteligente seria del agrado de mis maestras y adultos que pudiesen detener por ratos el acoso. Lo difícil es que cuando uno mismo cree que está mal, se convierte en una suerte de imán para los acosadores.”

Para finalizar, Rousseau comparte unos tips con lo que se debe y no se debe hacer en caso de acoso escolar homofóbico y transfobico, que puede resultar aplicable para cualquier tipo de acoso.

Que se debe hacer:

  • Detener el abuso
  • Apoyar a la víctima, declarar la conducta como abusiva
  • Aplicar al agresor o agresora la sanción prevista en el manual de convivencia escolar
  • Darle poder a quienes presencian el abuso, brindándole herramientas para hacer la denuncia e intentar detener la conducta abusiva

Que no se debe hacer:

  • Animar a las personas a que manejen los problemas por ellas mismas. Esto no es posible porque el problema ocurre por el desequilibrio de poder
  • Animar a la víctima a defenderse sola, pues no tiene la fuerza para hacerlo
  • Hacer uso de la mediación, pues esta se usa en los conflictos y aquí se trata de violencia
  • Tomar medidas enérgicas, violentas o abusivas contra los agresores; es decir aplicar maltrato por el acto de abuso

La violencia homofóbica y transfobica en los centros educativos, es una situación generalizada en la región, donde deben plantearse soluciones concertadas para lograr que las mismas sean efectivas, no se puede dejar la carga de la solución de este problema a un solo actor del proceso educativo, pues como bien lo indico Fernández, es un problema que comienza desde el hogar, y que afecta a un sector importante de la población que es sensiblemente vulnerable por razones de edad, hoy en día la población LGBTi alza con vigor su voz y enarbola la bandera de los derechos humanos para exigir los derechos que como seres humanos poseen pero para que esas reclamaciones calen hondo en la sociedad debe existir en sus luchas una agenda de abordaje educativo a todos los niveles de la sociedad, en la educación formal y no formal.

Fuentes citadas:

http://unesdoc.unesco.org/images/0024/002448/244840S.pdfhttp
://ambienteorg.blogspot.com/


Colaboración prestada por Félix Fernández y Danny Rousseau

Imagen: Gladskikh Tatiana / shutterstock.com