Lunes, 17 de agosto, 2020
Antes de la COVID-19, el número de mujeres que se ponían en contacto con los servicios de ayuda en situaciones de violencia de género intrafamiliar llevaba aumentando 16 años seguidos, y había alcanzado una cifra récord en 2019. Con el confinamiento de los últimos meses a causa de la pandemia, han sido muchas más las mujeres que han pedido ayuda
Suki Chung, responsable de campañas de Amnistía Internacional sobre Asia Oriental
La pandemia fue el golpe de gracia para el matrimonio ya en crisis de mi amiga. En abril y mayo, durante la emergencia nacional creada por la COVID-19, su marido, un hombre abusivo y controlador, tuvo que hacer teletrabajo, y ella se vio obligada a pasar largas horas con él en su domicilio de la prefectura de Kanagawa.
“No puedo más”, me dijo llorando después de una pelea motivada por la reducción de los ingresos de la familia, en la que él le había dado una patada en la pierna y en la espalda. Mi amiga me dijo que no tenía valor para poner fin a la relación, pero que creía que, con la relajación de las medidas de confinamiento, la sociedad, y su familia, volverían a la normalidad.
Pero ¿qué es la normalidad?
Antes de la COVID-19, el número de mujeres que se ponían en contacto con los servicios de ayuda en situaciones de violencia de género intrafamiliar llevaba aumentando 16 años seguidos, y había alcanzado una cifra récord en 2019. Con el confinamiento de los últimos meses a causa de la pandemia, han sido muchas más las mujeres que han pedido ayuda.
Sólo en abril, más de 13.000 mujeres denunciaron haber sufrido violencia de género en el ámbito familiar, una cifra que multiplica por 1,3 la del mismo periodo del año anterior. Sin embargo, como sucede con todas las estadísticas sobre este tipo de violencia, es posible que las cifras reales sean muy superiores, sobre todo porque en la sociedad japonesa sigue siendo tabú pedir ayuda por “asuntos familiares”.
En abril, un famoso actor, Makoto Sakamoto, fue detenido y acusado de violencia de género intrafamiliar por la presunta agresión a su esposa y su suegra en su domicilio de Tokio. En mayo, Bobby Olugun, figura televisiva especialista en artes marciales, copó los titulares tras ser detenido por darle un puñetazo en la cara a su esposa, en su domicilio y, según informes, delante de sus tres hijos.
La directora ejecutiva de ONU Mujeres ha calificado de “pandemia en la sombra” el recrudecimiento mundial y súbito de la violencia contra las mujeres que ha causado el confinamiento por el coronavirus.
En todo el mundo, millones de mujeres han denunciado este año abusos en el ámbito familiar. En países y territorios asiáticos, como Japón, Hong Kong y Corea del Sur, la violencia de género y las desigualdades sociales y económicas que afectan a las mujeres son unas de las consecuencias más graves de la COVID-19.
En mi ciudad, Hong Kong, durante el inicio de la pandemia (entre enero y marzo), las llamadas por violencia de género intrafamiliar que recibió una línea telefónica de emergencia local se multiplicaron por dos. Más del 70% fueron casos de malos tratos físicos, y el resto principalmente de maltrato psíquico y verbal.
En abril, un trabajador social lanzó una ciberpetición en Japón, que fue apoyada por más de 30.000 personas, para que la gobernadora de Tokio creara refugios de emergencia para las personas sin techo y las que huían de los abusos en el ámbito familiar durante la pandemia.
Se ha acuñado un nuevo término, “coronadivorcio” (コロナ離婚), que se utiliza habitualmente en las redes sociales japonesas para describir el repunte de divorcios y peleas de parejas durante el confinamiento.
Sin embargo, no es simplemente que el virus esté causando divorcios. La pandemia ha sacado a la luz el problema de la desigualdad de género, muy arraigado en nuestras sociedades, que incluye la disparidad salarial, la desigual representación política y socioeconómica y los dañinos estereotipos culturales y sociales. Las mujeres y las niñas, por ejemplo, son a menudo las más afectadas por esta crisis sanitaria, como muestran claramente las cifras de empleo de Estados Unidos, donde millones de mujeres han perdido sus trabajos, en una proporción mayor que la de hombres.
En los últimos años, la defensa de los derechos de las mujeres en Asia Oriental cobró impulso gracias al movimiento global #MeToo / #YoTambién, y mujeres valientes como Seo Ji-Hyun en Corea del Sur y Shiori Ito en Japón hicieron públicos casos de abusos sexuales de gran repercusión. Ha habido más ejemplos positivos de mujeres que han sido agentes de cambio en la región, y más debates sobre sexismo y violencia contra las mujeres.
A pesar de estos avances, la actual crisis sanitaria nos recuerda el largo camino que queda por recorrer. Aunque cada vez son más las mujeres y niñas que ejercen papeles de liderazgo, se apoyan mutuamente y ayudan a sus comunidades, los gobiernos tienen la obligación de tomar más medidas para que las mujeres ocupen un lugar central en la toma de decisiones y de este modo puedan por fin reinventar este deficiente sistema.
Aún no tenemos vacuna para la COVID-19, pero la solución a la “pandemia en la sombra” es clara: Necesitamos que la igualdad de género sea parte fundamental de la creación de un futuro más seguro para todas las personas.
Este artículo se publicó originalmente en Japan Today