Viernes, 14 de diciembre, 2018

En Madagascar, las personas en espera de juicio permanecen meses en prisión sin recibir fecha para el juicio. Cuando Tamara Leger, asesora regional de Amnistía Internacional para Madagascar, se encontró con seis mujeres encarceladas por un delito que no habían cometido, supo que tenía que hacer algo


Muros que se desmoronan, espacios sucios y abarrotados y raciones diminutas de mandioca seca. Las cárceles suelen ser un lugar cruel para vivir, especialmente en Madagascar.

En todo el país, las historias de personas detenidas en espera de juicio son inquietantemente similares: la situación general de pobreza, la ausencia de educación y unas investigaciones policiales deficientes. Si un perro rastreador se para delante de tu casa, puede hacer que pases años entre rejas. Y no tendrás acceso a asistencia letrada mientras esperas la fecha del juicio.

Como investigadora de Amnistía Internacional, hay una historia que nunca olvidaré. Trata de seis mujeres increíbles y finalmente ha tenido un desenlace precioso.

Todo empezó en abril de 2017, cuando se cometió un robo en la localidad de Antsirabe. Varias monjas fueron violadas y la policía empezó a investigar rápidamente. Una mañana, bajo el sol abrasador, un perro rastreador se detuvo delante de un grupo de casas. La policía detuvo a todas las personas que estaban dentro, familias enteras incluidas. Fueron detenidas más de 50 personas, entre ellas siete mujeres a las que conocí más tarde.

Estas mujeres me contaron que habían sufrido brutalidad policial en la comisaría: “Cada vez que decíamos: ‘nosotras no hemos sido’, nos volvían a abofetear”, dijo Claudia*. Las llevaron a la prisión de Antsirabe, a dos horas de Antananarivo, la capital.

No sabían que iban a pasar los siguientes 19 meses entre rejas. Lamentablemente, una de ellas murió antes de tener la oportunidad de ser juzgada o de recibir asistencia letrada. Las otras seis dijeron que era demasiado mayor para soportar las palizas de la policía y que había muerto a causa de ellas.

Estas mujeres eran pobres, no sabían leer ni escribir ni podían permitirse pagar a un abogado. Estaban a merced del sistema de justicia penal de Madagascar, que sólo funciona para quienes pueden pagar. Sus esposos fueron detenidos también, con lo que sus hijos e hijas quedaron solos y desamparados.

Tres de estas mujeres (Merline, arriba, Julia* y Hana*) se aferraban con fuerza a sus bebés cada día. Estos bebés eran los ocupantes más jóvenes de la prisión; uno de ellos incluso había nacido entre rejas. Merline era una hermosa joven de 18 años, encarcelada junto con su madre y su bebé. Me impresionó: tres generaciones en la cárcel, sin juicio y sin acceso a asistencia letrada, sólo porque el gobierno no protege el derecho a un juicio justo. Era inhumano.

Pregunté a Merline por sus esperanzas para el futuro. “Quiero trabajar en los campos; ese es mi sueño”, dijo.

Pregunté qué pensaban de esta absurda situación, estar encerradas en una prisión abarrotada y sucia por un delito que no habían cometido, sin ninguna posibilidad de ser juzgadas pronto. Me respondieron que sencillamente no lo entendían. “¿Por qué no hacen una investigación?”, preguntó una. “¡¿Cómo pueden creer que haríamos algo así?! Yo nunca violaría a una monja. No puedo hablar por nuestros esposos, que están al otro lado [de la prisión], pero ¡¿nosotras?!”, dijo otra. “Tenemos a nuestros bebés, que han vivido aquí toda su vida, ¿no pueden darnos la libertad temporal?”, preguntó otra.

No podía seguir viendo esta situación y fui a buscar al primer abogado o abogada que consiguiera encontrar. A un centenar de metros, en una calle paralela a la cárcel, había un pequeño bufete de abogados. Una abogada maravillosa accedió a trabajar en su caso. Si el gobierno tuviera un sistema de asistencia letrada gratuita que funcionara, como le obliga la Constitución de Madagascar, estas mujeres se habrían beneficiado de ella hace mucho tiempo.

Dos meses después, recibí de la abogada el mensaje más increíble: “¡Las han absuelto!”

Las seis mujeres estaban por fin en libertad. Más tarde supe que las habían juzgado y las habían absuelto al concedérseles el beneficio de la duda. Según la abogada, es una práctica habitual en Madagascar. Aunque me frustra que el tribunal no haya dicho directamente lo que era tan obvio —que estas mujeres no habían violado a las monjas—, estoy muy contenta de que las hayan excarcelado. También me siento muy agradecida por el fantástico trabajo que ha hecho la abogada, que cree que, si no hubiera presionado como lo hizo para obtener una fecha para el juicio, éste no se habría celebrado hasta el año que viene.

Y cuando vi la foto (arriba) me alegré de que hubiéramos actuado. Allí estaba Merline, en los campos, trabajando felizmente las tierras y haciendo por fin realidad sus esperanzas y sueños.

*Se han utilizado nombres ficticios.